"Esta nota
ofrece en exclusiva párrafos del libro ArgenPapers (de Santiago O´Donnell y Tomás Lukin recientemente publicado), que muestra la trama
completa de los Panama Papers
Santiago
O’Donnell y Tomás Lukin son los dos periodistas de PáginaI12 que se encargaron
de recorrer la gigantesca base de datos de Mossack Fonseca que se conoció
mundialmente como Panama Papers. Juntos emprendieron la tarea de sistematizar
toda la información referida a la Argentina, que va desde el propio Presidente
hasta los propietarios y directivos de las mayores empresas del país, pasando
por famosos de todo tipo. En estas páginas, cuentan cómo surgió la
investigación y los mecanismos que dejó al descubierto.
Punto de partida
En estos tiempos de poder blando y ciberguerra global, las
megafiltraciones nunca son geopolíticamente neutras. Las que perjudican a los
Estados Unidos benefician por descarte a sus rivales Rusia y China. Es el caso
del llamado “Cablegate” de WikiLeaks y de los documentos sobre la vigilancia
masiva a cargo de la Agencia de Seguridad Nacional norteamericana filtrados por
el ex espía Edward Snowden. Por el contrario, la megafiltración de los
denominados Panama Papers, que aquí nos ocupa, favorece a los Estados Unidos
porque sus revelaciones golpean al círculo íntimo del hombre fuerte de la
política rusa, Vladimir Putin, y a varios familiares y amigos cercanos de los
principales jerarcas del gobierno chino, pero no toca de cerca a ningún
funcionario estadounidense importante. (…)
Aunque las consecuencias y los resultados están a la vista y los
perjudicados han hecho saber de quién sospechan y por qué, no conviene sacar
conclusiones apresuradas sin conocer a los intermediarios. Los principales
intermediarios entre la información y el consumidor son los filtradores, los
medios y los periodistas. Los filtradores, conocidos o anónimos, en los tres
episodios mencionados dijeron actuar por razones altruistas y sin ningún ánimo
de inclinar para uno u otro lado la balanza de poder global entre las
superpotencias. Por su parte, la gran mayoría de los medios de comunicación que
participaron en la difusión de las megafiltraciones se jacta de su
independencia editorial, aunque ya sabemos que la objetividad pura no existe y
que todos los medios son influenciables, en mayor o menor medida, por los
intereses y las ideas que representan. Sin embargo, al publicar esas historias,
tanto en la Argentina como en el resto del mundo, los medios han demostrado
estar mucho más interesados en su impacto local –esto es, el impacto en el
mercado y el Estado dentro de los que se manejan–, y no tanto en las
consecuencias a nivel global. Y, por último, están los periodistas. Lejos de
ser jugadores pasivos o meros empleados o representantes de sus medios, los
periodistas fueron determinantes en lo que se publicó y lo que se dejó de
publicar, según el tiempo que invirtieron, los temas que buscaron priorizar y
las estrategias que eligieron para relacionarse con los individuos que toman
las decisiones en sus respectivas empresas. (…)
En el Cablegate y los Panama Papers –no así en el caso de Snowden–
aparece un cuarto intermediario al que podríamos llamar “distribuidor”, y que
también juega un rol fundamental porque es el encargado de recibir el material,
proteger a la fuente, elegir a los periodistas y medios que difundirán la
información y establecer las fechas de publicación. En el caso del Cablegate,
el distribuidor fue WikiLeaks, un sitio web de filtraciones europeo fundado y
dirigido por un matemático autodidacta australiano con pasado de hacker y
okupa, llamado Julian Assange. En los Panama Papers, el distribuidor fue el
Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas
en inglés), una organización no gubernamental con sede en Washington DC fundada
en 1997 y financiada por fundaciones de los Estados Unidos y Europa occidental,
entre las que se destaca la del inversionista y filántropo liberal y
anticomunista George Soros. (…)
Los Panama Papers salieron a la luz el domingo 3 de abril de 2016, y la
Argentina quedó en el centro de la escena porque el presidente Mauricio Macri
era uno de los cinco mandatarios en funciones que figuraban entre los más de
11,5 millones de documentos sustraídos de Mossack Fonseca, una firma de
abogados y contadores con presencia global especializada en montar negocios
offshore. Los archivos fueron filtrados por una fuente anónima con pseudónimo
en inglés, “John Doe”, a dos periodistas del diario alemán Süddeutsche Zeitung,
Frederik Obermaier y Bastian Obermayer, a lo largo del año 2015 en tandas
escalonadas. Antes del primer envío grande de información, “John Doe” sugirió
que el diario se asociara a un gran medio de los Estados Unidos: “Se necesita
un gran socio de habla inglesa como el The New York Times u otro medio del
mismo nivel”. Entonces, los periodistas decidieron convocar al ICIJ y compartir
el material de muestra que habían recibido con el entonces director ejecutivo
de la institución, Gerard Ryle. Ese periodista era quien había aportado la
fuente anónima y todavía desconocida de los Offshore Leaks (2013), la primera
filtración que trabajó en equipo y a nivel mundial el ICIJ sobre un directorio
secreto con 2,5 millones de documentos vinculados con el mundo offshore. Los
alemanes habían participado en aquel proyecto y también en Swiss Leaks (2015),
la siguiente filtración del ICIJ, cuyo blanco fueron las cuentas secretas del
HSBC Private Bank en Ginebra y que tuvo como filtrador a su ex empleado Hervé
Falciani. Ryle aceptó entusiasmado la propuesta de colaboración que Obermaier y
Obermayer le hicieron en nombre del diario alemán y convocó al mismo equipo que
había trabajado en Offshore Leaks y Swiss Leaks, que incluía a periodistas del
diario The Washington Post y a los medios británicos The Guardian y BBC.
El ICIJ
también decidió temprano en el proceso agregar dos equipos de periodistas
freelance para que trabajaran específicamente los documentos de Rusia y China,
con el argumento de que en esos países no había medios independientes que
pudieran respaldar semejante tarea. Ese equipo se fue ampliando con la
incorporación de periodistas de todo el mundo, a medida que el alcance de los
documentos se extendía por todo el planeta. En medio de ese proceso también se
incorporó The New York Times.
Uno de los primeros periodistas convocados por el ICIJ fue el argentino
Hugo Alconada Mon del diario La Nación. El primer contacto ocurrió once meses
antes de la publicación de los archivos secretos de los abogados panameños, el
5 de mayo de 2015. Los distribuidores de la megafiltración creían que existía
un “ángulo argentino fuerte, mucho más que en cualquier otra historia
reciente”, según le escribió al periodista Marina Walker, la directora del
proyecto del ICIJ que, casualmente, también es argentina. Pero el “ángulo
argentino” que había despertado el interés del ICIJ y de La Nación no tenía que
ver con Macri, que por entonces estaba en medio de la campaña presidencial y
ocupaba la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Los primeros
archivos en formato PDF que la fuente anónima compartió con el periodista
Bastian Obermayer del diario alemán Süddeutsche Zeitung, o sea, los que dieron
origen a los Panama Papers, estaban vinculados con la ex presidenta Cristina
Kirchner.
Los documentos hablaban de la disputa entre el país y los fondos buitre.
No de la pelea central en los tribunales de Nueva York, sino de una causa
paralela impulsada por el fondo buitre NML Capital. El fondo encabezado por el
multimillonario Paul Singer denunciaba que existía un conjunto de sociedades en
Nevada, Estados Unidos, vinculadas con el empresario argentino Lázaro Báez
–sindicado por los buitres como testaferro de los Kirchner–, que tendrían
activos pertenecientes a la Argentina y, por lo tanto, pasibles de ser
embargados. La encargada de instalar y administrar el entramado de empresas
investigadas por la justicia era la subsidiaria de Mossack Fonseca en Las
Vegas. Según el libro sobre los Panama Papers escrito por Obermaier y
Obermayer, la demanda de NML Capital contra Mossack Fonseca y los e-mails
internos acerca de cómo contestarla formaron parte del botón de muestra que
“John Doe” había compartido con Obermayer mientras negociaban los términos de
la filtración. La segunda muestra incluía información sobre las firmas offshore
de un amigo de la infancia y presunto testaferro del presidente Vladimir
Putin.
Que las dos primeras “muestras” de los Panama Papers se refieran a
Kirchner y Putin puede dar una idea de la valoración que hizo la fuente de sus
documentos, pero no necesariamente de su intencionalidad, mucho menos de su
identidad. La historia oficial habla de un ciudadano común, cuya única
intención es terminar con “el continuo aumento de la desigualdad” y la
“corrupción masiva y omnipresente en la sociedad”, tal como escribió “John Doe”
en su manifiesto. Entrevistado para este libro, Obermaier dijo que cree la
historia de “John Doe (…) Sin embargo, ¿se puede descartar que detrás de la
filtración esté la CIA u otra agencia de inteligencia? ¿Se puede descartar a
Singer y a los buitres, cuando tenían miles de millones de dólares en juego y
su objetivo inmediato era romper el secreto de Mossack Fonseca? ¿Se puede
descartar al propio Soros?
Con el tiempo, el “ángulo argentino” mutó. La hipótesis proclamada por
Singer para intentar embargar fondos se convirtió en una poderosa herramienta
mediática conocida como “ruta del dinero K”. Pero los supuestos vínculos entre
los fondos girados por Báez y la familia Kirchner no pudieron comprobarse con
los documentos filtrados. Por otro lado, ocho meses después de iniciado el
proyecto, casi tres meses antes de la fecha de publicación y dos días antes de
la asunción de Macri, el periodista Iván Ruiz, del equipo de La Nación, detectó
en uno de los últimos paquetes de datos filtrados por la fuente la presencia
del presidente argentino en el directorio de una offshore bahameña llamada Fleg
Trading. Entre uno y otro hallazgo, distintas celebridades, empresarios y
políticos argentinos de ambos lados de la grieta se fueron sumando al elenco
que desataría el escándalo global, demostrando una vez más la pasión argentina
por la evasión y la fuga de capitales a través de los paraísos fiscales.
En los
casi tres meses entre el hallazgo del nombre de Macri y la fecha de
publicación, tanto La Nación como otros medios internacionales tuvieron
oportunidad de consultar e informar al presidente argentino lo que decían de él
los archivos encontrados, tal como indica la buena práctica periodística. Pero
no todas las víctimas de los Panama Papers tuvieron la misma suerte. El primer
ministro islandés Sigmundur Gunnlaugsson fue emboscado en plena entrevista
televisiva. Al no tener respuestas sobre una empresa offshore que había
ocultado en sus declaraciones y vendido a su esposa por el módico precio de un
dólar, huyó despavorido de las cámaras y al poco tiempo, ante una ola de
protestas, debió renunciar. El video rápidamente se convirtió en el ícono
visual de los Panama Papers.
La primicia la tuvo La Nación, pero frente a las pasiones que despertó
la investigación, Alconada Mon instó al consorcio a abrir el juego a
periodistas y medios de la competencia, con el doble fin de aventar sospechas
de ocultamiento de información y de forzar a su propio medio a no esconder nada
o, en todo caso, lo menos posible. (…)
Más de un año después del comienzo del proyecto y de tres semanas del
inicio de las publicaciones, en virtud de la sugerencia e insistencia de
Alconada Mon, las recomendaciones que según Walker le llegaron de distintas
fuentes y el antecedente de mi manejo periodístico cuando WikiLeaks me dio la
exclusiva del Cablegate, obtuve así acceso a las bases de datos de los Panama
Papers. Gracias a las dos semanas que me dio el diario para ponerme al día
relevándome de otras funciones, pude quemarme las pestañas en soledad para
achicar la brecha del año de ventaja que me llevaba el equipo de Alconada Mon y
logré publicar información exclusiva en PáginaI12 que La Nación no había
llegado a cubrir."
Página 12
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