En estos tiempos de aceleración de las campañas políticas parecieran primar: el apuro por ganar votos sin sopesar las consecuencias, los gestos vacíos y las promesas de dudoso cumplimiento. En el trajín de los discursos, el uso de los hechos y de la palabra corrupción, se corrompe. No importa tanto el significado profundo del delito y sus nefastas consecuencias sociales, como el uso que se hace de ellos para ganar puntos propios y reducir los ajenos. El caso paradigmático es el de Julio De Vido. El oficialismo y sus aliados pudieron haber objetado sus títulos desde el mismo momento de su ingreso a la Cámara. No fue así, a pesar de que las evidencias formales ya estaban disponibles en los escritorios y archivos de los funcionarios entrantes. Esta omisión, casual o no, otorga argumentos a los votantes y a la oposición para sostener el oportunismo de las actuales urgencias. También pone en sospecha la verdadera convicción del gobierno sobre la gravedad de los delit...