Nota del Editor
Las noticias sobre corrupción forman parte de nuestra vida cotidiana. No solo en nuestro país. También en el mundo. Más allá de los delitos implicados, el problema de la corrupción se ha convertido en un arma en el campo de la política. Un mismo acontecimiento es juzgado con miradas bien diferentes dependiendo del posicionamiento político del observador. Por ejemplo, para algunos la famosa escena de los bolsos llenos de dólares de José Lopez, ex Sub Secretario de Obras Públicas del gobierno de CFK, es un hecho gravísimo que no requiere mayores pruebas, en tanto que para otros, en general simpatizantes del gobierno K, es una operación mediática para desacreditar a Cristina.
Las oscilaciones de la propia justicia, según los vientos políticos, echan mantos de sospecha sobre la verdad de los hechos. En este sentido uno podría preguntarse: ¿Porqué todavía el escándalo Odebrecht no tuvo entre nosotros el avance significativo que tuvo en Brasil y en otros países implicados? No hay una respuesta válida a pesar de los abundantes indicios existentes en relación con las vinculaciones locales.
Que en la Argentina existe corrupción (en diferentes niveles y grados de responsabilidad) no es una novedad.
La Argentina es "Un país al margen de la ley", como bien analizó y explicó Carlos Nino en su texto ya clásico. Sin embargo los hechos, los datos, dejan flotando la duda sobre la verdadera convicción ciudadana de luchar contra ella.
El autor de este artículo pretende avanzar más allá de lo que parece ser el sentido común de lo que para muchos es un grave delito que debilita los lazos sociales.
"Uno de los tópicos más trajinado en
este país es, sin dudas, la corrupción. En la política y en la economía, como
en la vida cotidiana, el vocablo se ha naturalizado extraordinariamente desde
la dictadura hasta hoy. Pero también es la palabra más hipócritamente
corrompida.
El vocablo es
definido en el diccionario de la lengua a partir de una ringlera de sinónimos
ominosos: “vicio”, “abuso”, “aprovechamiento”, “favorecimiento”. A la vez el
verbo original –“corromper”– es definido con equivalencias igualmente
reprochables: “alterar y trastrocar”; “echar a perder”, “depravar”, “dañar o
pudrir algo”, “sobornar a alguien con dádivas o de otra manera”, “pervertir”.
Sin dudas es hoy
palabra símbolo, ícono epocal y representativo de las peores conductas
sociales, cuya utilización no sólo es diaria en nuestro país sino en todo el
mundo, y cercanamente en España, México, Brasil y otras naciones donde la corrupción
ocupa el primer lugar en el ranking de la política diaria, igual o más que
entre nosotros.
Claro que aquí es más
reciente: no era tema obsesivo y dominante hasta hace medio siglo (por lo menos
hasta el golpe de estado que derrocó al Presidente Arturo Illia) y sobre todo
no era la palabra más hipócritamente cacareada como es ahora. Cambio que acaso
se deba a la naturalización del sentido acusativo del vocablo, producto del
desencanto y la frustración que produce el penoso estado actual de uno de los
países más ricos de la Tierra: el nuestro.
Esa naturalización
–es una hipótesis– sería la causa de que algunos jóvenes, ante exámenes
parciales, se dice que llegan a pagar por ayudas para aprobar. Y eso no
sucedería sólo en la educación pública sino también en exclusivas instituciones
privadas. Si eso fuera verdad, como algunos aseguran, se trataría del indeseado
fruto de cierta deficiente educación moral familiar que estarían recibiendo
algunos chicos.
Y también herencia de
la hipocresía instalada y activa en este país. ¿Qué argentino no protesta por
los candidatos electorales cuyos trapos sucios son bien conocidos en cada
comunidad por sus votantes? ¿Quién ignora los honorarios que los jueces fijan a
los abogados? ¿Quién no conoce profesionales de la salud que cobran el famoso
“ana-ana” de los visitadores médicos? ¿Y los profesionales de la construcción
que coimean, por obligación o costumbre, para obtener permisos o certificados
de obras? ¿Y los empresarios que adulteran materias primas y coimean funcionarios?
¿Y los miles de comerciantes, emprendedores y pequeños empresarios que se ven
forzados a coimear inspectores? ¿Y los muchos periodistas que en el gremio es
sabido que cobran sobres o chivos, palabra ésta sinónimo de mal olor? ¿No es
corrupción lo que hacen, e hipocresía despotricar después en primera fila con
que “se robaron todo”?
Esa hipocresía es un
lamentable condimento principal de la vida colectiva de un país que nunca,
jamás, tuvo controles anticorrupción. Jamás políticas de Estado de transparencia.
Jamás castigos a corruptelas flagrantes, mientras mantiene sus cárceles llenas
de pobres y en condiciones miserables y mientras su dizque Justicia abrumadora
y mayoritariamente está ocupada en distraer a la opinión pública, porque su
misión principal es servir al gobierno y proteger a ricos y poderosos.
Feo decirlo pero
imperativo reconocerlo: nuestro país, así, sólo acelera su marcha hacia su
propio funeral como nación. ¿O alguien puede decir que no es corrupción decidir
que no se cobren impuestos a la renta financiera y la especulación, 24 horas
después de que la AFIP anunció que iba a aplicarlos? ¿Y no es corrupción que
los grandes diarios y la telebasura que parlotean a diario sobre la corrupción,
prácticamente silenciaron, o desinformaron, la privatización de Arsat? ¿Como
ahora no dirán una palabra del entramado jurídico que armaron abogados del PRO
vinculados al Sr. Macri para que nuestro país pierda el juicio contra Marsans
en el Ciadi? ¿No es hora de preguntarse por qué será que sus “plumas” se hacen
los burros? ¿Y por qué gente que uno respetaba ahora consienta barbaridades
como el silenciamiento de los Panamá Papers del presidente, familiares y
amigos? ¿O no saben que en este oficio fingirse impolutos además de deshonroso
también es corrupción?
¿Y no es corrupción
callar ante una política aeronáutica que condena a Aerolíneas a operar en
Ezeiza, dejando Aeroparque libre para las lowcost, entre ellas la Bondi y la
AvianMacri, en las que están operan funcionarios? ¿No es corrupción hacer que
tengan un aeropuerto céntrico mientras Aerolíneas perderá millones de pasajeros
que preferirán no ir a Ezeiza? ¿Y no lo es no habilitar para las nuevas líneas
los aeropuertos de San Fernando, La Plata o Don Torcuato y dejar que AA opere
Aeroparque como principal línea nacional?
¿No es corrupción que
Echecolatz esté cada vez más cerca del arresto domiciliario? ¿No lo es que las
mineras hipercontaminantes sigan llevándose dinero en palas mientras arruinan
la Cordillera de los Andes? ¿Y que los latifundios no paguen impuestos? ¿Y que
nadie detenga la bestialidad sojera y encima se los beneficie eliminando
retenciones? ¿No es corrupción que los corporaciones de políticos, camioneros,
autotransportistas, camineras y petroleras sigan frenando el desarrollo
ferroviario que urgentemente necesita la Argentina?
No es cierto que en
este país corruptos somos todos. Tampoco que lo aquí escrito es generalización
que disimula corruptelas de los tres cuatrienos kirchneristas ni de los
gobiernos de la Alianza, de Menem y de Alfonsín.
La corrupción es un
cáncer que corroe la república, está haciendo metástasis y va de mal en peor.
Primero la verdad, de inmediato la tarea. Que es posible y es urgente."
Página 12
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