Nota del
Editor
El analista político Eduardo VAN DER KOOY, en base a lo sucedido en torno
de la fracasada tentativa de expulsar a Julio de Vido, hace un pormenorizado y agudo análisis del estado actual de la política en la Argentina.
La nota:
“El ensayo fracasado
para destituir a Julio De Vido en Diputados debiera servir para algo más que el
consumo de la campaña electoral. En ese
episodio podrían reunirse muchas de las deformaciones políticas,
institucionales y colectivas que han conducido a la Argentina al lugar
subterráneo en que se encuentra.
En primer término, cabría tomar conciencia cabal del fenómeno
que significó el kirchnerismo en la década pasada que, a un año y medio de su
derrota, continúa, en situaciones límite, expresando capacidad de resistencia y
daño. Podría explicarse que su origen coincidió con una sociedad aturdida por
el trauma de la crisis del 2001. Probablemente con las defensas bajas. A esta
altura están bien a la intemperie sus estropicios morales y de gestión. Pero
Cristina Fernández sigue encaramada en la pelea electoral en Buenos Aires.
Desde el principal distrito pretende además nacionalizar una elección
legislativa de la cual se desentendió.
También
hay que poner el ojo sobre el Poder Judicial y las ineficacias del gobierno de
Mauricio Macri para empezar a depurarlo.
El paso en falso con De Vido no suena a correo que pueda
envalentonar. Los jueces de Comodoro Py
se tomarán un descanso hasta observar los resultados de octubre.
Nuestro
país parece el reino de la impunidad, de la inmundicia. Las causas graves sobre
corrupción se diluyen u olvidan. Carlos Menem resulta en ese aspecto un
emblema: su causa por el tráfico ilegal de armas a Croacia y Ecuador lleva 22
años, tiene condena en dos instancias pero aún le aguarda el beneficio de la
apelación ante la Corte. En el interín puede renovar su banca como senador por
La Rioja y conservar los fueros.
No existe paraíso en el planeta. Pero el delito de alta estirpe
muchas veces se castiga. Michelle Bachelet hizo renunciar a su hijo como
funcionario en 2015 por un tráfico de influencia. Casi una menudencia bajo el
cristal argentino. Fue sobreseído recién en abril de este año. En Brasil, el
juez Sergio Moro solicitó 9 años y medio de prisión para Lula por haber
recibido coimas. El ex presidente retiene la mayor ponderación popular. En
Perú, se mantiene preso a Alberto Fujimori desde el 2009 y debe purgar una
condena de 25 años. Acaban de caer allí el ex mandatario Ollanta Humala y su
mujer. Ellos, por derivaciones del caso Odebretch. En España, por primera vez
en la historia, un jefe de Gobierno en funciones –Mariano -- debió declarar
ante un magistrado por el financimiento ilegal del Partido Popular (PP).
Macri a lo mejor, más allá de las palabras, no ha terminado aún
de mensurar el significado político del kirchnerismo. Existió en la defensa
estudiada y leída por De Vido en Diputados un dato revelador. “Soy responsable de todo lo que hicimos
estos años, con los presidentes que me designaron (Néstor Kirchner y Cristina),
con los gobernadores e intendentes que me acompañaron y con muchos de ustedes
(por los legisladores)”, remarcó. Refirió a sociedades políticas y a
complicidades. Quizá también a un sistema delictivo que los jueces deberían
indagar con mayor empeño y lucidez. No puede olvidarse tampoco que cuando
algunos kirchneristas fueron detenidos (Ricardo Jaime, Lázaro Báez, Víctor
Manzanares, entre otros) se conjeturó con la ruptura de aquellas complicidades.
Del silencio. Nunca ocurrió en dos años. Como si existiese algún juramento
sacramental.
Esas palabras tuvieron correlatos. El bloque del FpV se alineó
como nunca hasta ahora para defenderlo. Invirtió sólo sus votos pero ninguna palabra de solidaridad con él.
Bastó con la línea que bajó Máximo Kirchner proveniente de Cristina. La ex
presidenta no quiso gastar una moneda más aunque tampoco estaba en condiciones
de soltarle la mano.
Aquella advertencia del ex ministro de Planificación alcanzó
para buenos entendedores.
La onda expansiva resultó mayor. Una señal que Macri no debe
soslayar para el futuro. Se quebró el bloque del PJ del diputado Diego Bossio,
jefe de la ANSeS con la ex presidenta. Se fragmentó el Movimiento Evita que
sostiene la candidatura de Florencio Randazzo. Se disciplinaron 10 gobernadores
del PJ, algunos de los cuales han considerado cerrado el ciclo histórico de
Cristina. Sergio Uñac (San Juan), Gustavo Bordet (Entre Ríos) y Juan Manzur
(Tucumán) resultan los casos notables. El propio titular del PJ, José Luis
Gioja, apostó por la protección de De Vido. Igual que Héctor Daer, miembro de
la cúpula de la CGT, que estuvo con Sergio Massa y, con poca suerte, terminó al
lado de Randazzo.
Tal panorama abre al menos dos interrogantes. ¿Hasta qué punto
llega el compromiso de todos ellos con el diputado y ex ministro? Se trata de
un hombre que acumula cinco procesamientos. Con todos sus ex secretarios del
área presos, condenados o procesados. Que está en el umbral de un juicio oral
por la tragedia ferroviaria de Once. Y dispone de 22 informes negativos sobre
las causas de sus procesamientos elaborados por la Auditoría General de la
Nación. La segunda pregunta: si desde el llano y la clandestinidad de campaña
Cristina es capaz de generar tamaño disloque en la oposición mayoritaria, ¿qué
podrá ocurrir cuando ocupe su banca en el Senado? Habrá que ver, claro está, en
qué condición lo hace. Una cosa será si ingresa victoriosa en Buenos Aires.
Otra, si resulta vencida.
Cambiemos asoma algo desconcertado ante la nueva realidad.
Aunque con la solicitud de destitución de De Vido haya logrado una parte de la
estrategia pergeñada: dejar a la corrupción de la década pasada en el centro de
la escena. Convertir al ex ministro en gran actor. Conseguir que las flaquezas
económico sociales afloren menos. Pero igual duelen en el bolsillo. El problema de la coalición oficialista
parece en este tramo su inseguridad, su temor.
La idea de la polarización sigue vigente pero existe menos
claridad que antes sobre cómo llevarla adelante. En principio, el foco estaba
posado sobre Cristina. Pero la ex presidenta se esfumó. Incluso en las redes
sociales. Aquel repiqueteo inicial, por otra parte, no logró apartarla ni un
milímetro de la pelea contra el Gobierno. La campaña oficialista se ablandó
contra ella. Aunque persiste la idea de utilizar el pasado como fantasma
aterrador para el electorado.
La dualidad se hizo patente durante la sesión en Diputados que
debatió la destitución de De Vido. Marcos Peña, el jefe de Gabinete, dio instrucciones para que aún conociendo el
puerto final de la derrota, se exprimiera todo el jugo al escándalo.
Cambiemos cumplió ese mandato. Sus diputados se ataviaron para la guerra. Pero
en la geografía de campaña impera una lógica distinta. María Eugenia Vidal hace
hincapié en la armonía. Se aferra al lema de caminar “todos juntos”. En equipo.
El resto de los candidatos también. Esteban Bullrich reflotó incluso el “sí se
puede”, de los tiempos de la elección presidencial.
Aquella exacerbación oficialista en Diputados provocó
fricciones. Resultó, sobre todo, una verdadera incomodidad para Massa que
insiste en transitar por una avenida del medio que, según se observa, tiende a
estrecharse. Tanto el diputado como Margarita Stolbizer bancaron la destitución
de De Vido. Pero debieron hacer malabares para no ser arrastrados por la
polarización. Incluso en un momento, discretamente, sondearon la posibilidad de
pedir un cuarto intermedio para la sesión acalorada. Hubo otro detalle que
denunció el malestar: todos los jefes de bloque hicieron su discurso de cierre
antes de la votación. Excepto Graciela Camaño, la voz cantante del Frente Renovador
en la Cámara baja.
El plan de Cambiemos evidencia otro suave giro. La mira se
corrió de Cristina hacia Massa. La clientela de la ex presidenta parece
impenetrable. El Gobierno necesitaría pellizcarle votos al candidato de 1País
para engrosar ese tercio que le adjudican las encuestas en Buenos Aires. Massa
se defiende con la mejor herramienta: deja la corrupción en segundo plano y
privilegia la economía. Saca a la cancha a Roberto Lavagna.
Ese recurso lastima. Porque los candidatos de Cambiemos verifican
en el terreno que los padeceres sociales han deglutido parte de las
expectativas que supo generar su discurso. El asunto no sólo se palpa en el
Conurbano. También en el interior de la Provincia, donde Macri y Vidal hicieron
la diferencia para ganar en 2015. La presencia de la gobernadora en Mar del
Plata resultó áspera la semana pasada. No tanto por la presencia de militantes
K. Sí por las quejas de comerciantes e industriales. La ciudad no tiene una
buena administración, en manos del macrismo. Las obras públicas recalaron allí
con demora. Esa situación explicó el refuerzo de Elisa Carrió. La diputada
aconsejó correr de la campaña de un plumazo al intendente, Carlos Arroyo.
El Gobierno parece llegar apremiado al tramo final de la campaña
para las PASO. Esta etapa sigue signada por la escasez de resultados económicos
y promesas que nunca se terminan de cumplir. El INDEC anunció que la economía
creció un 3.3% en relación a mayo del 2016. La mejor marca desde noviembre del
2015. Aunque aún abstracto para los bolsillos. La inflación de julio promete
otro respingo respecto del mes anterior. Podría desairar el discurso oficial
sobre la tendencia descendente. Y enjuiciar el manejo del Banco Central. El
dólar vuela pero Peña asegura que no es un desvelo para ningún argentino. Por
lo menos curioso.
La política y el marketing ya están resultando insuficientes
para Macri.
La Clarín
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